El objetivo final de toda campaña es la de causar el mayor daño al
enemigo, destruyéndole o debilitándole, con la menor cantidad de
pérdidas y bajas de nuestro lado. El mejor estratega, en contra de la
percepción general, no es aquel que gana más batallas, lo cual
representa un valor anecdótico, sino aquel que logra rendir al enemigo
sin entrar en combate, conservando sus recursos y sin acusar bajas.
Para lograr lo anterior conviene tomar en consideración dos principios
básicos:
1.La victoria favorecerá al más grande; en una confrontación bélica el que tenga la superioridad numérica resultará vencedor, pero la superioridad numérica debe ser significativa. No basta con doblar en efectivos a nuestro contrincante. Para efectuar un ataque con las mayores garantías de éxito debe contarse con una superioridad en efectivos de tres a uno sobre el bando defensor
2.De lo anterior podemos concluir que es más fácil defender que atacar; ya que implica que aún en una contienda en inferioridad numérica contra el doble de atacantes, las posibilidades de éxito están de nuestro lado.
1.La victoria favorecerá al más grande; en una confrontación bélica el que tenga la superioridad numérica resultará vencedor, pero la superioridad numérica debe ser significativa. No basta con doblar en efectivos a nuestro contrincante. Para efectuar un ataque con las mayores garantías de éxito debe contarse con una superioridad en efectivos de tres a uno sobre el bando defensor
2.De lo anterior podemos concluir que es más fácil defender que atacar; ya que implica que aún en una contienda en inferioridad numérica contra el doble de atacantes, las posibilidades de éxito están de nuestro lado.
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